Ese es el adjetivo que le dedica Felipe Benítez Reyes al torero José Tomás, en su prólogo a la obra José Tomás, hombre, torero y mito, editada por Liber Ediciones.
Benítez habla de toreros intercambiables y toreros indispensables: los primeros practican un oficio, los segundos pueden elevar su oficio al rango de arte.
No es momento de debatir sobre el trasfondo de la práctica del torero, pero quizás sí del influjo que provoca, de los versos que inspira, de la pintura que inmortaliza el momento preciso.
La tauromaquia de Liber Ediciones, trata de captar esas diferentes sensibilidades y les da la forma de libro de artista para homenajear al concepto del toreo, del toro y del torero, desde una expresión artística. Una selección de poemas y grabados originales del maestro Arnás, forman el binomio perfecto para evocar la esencia del arte del toreo. Y como figura inspiradora, se encuentra el maestro, el mito, y la magia que lo acompaña. Porque como decía el maestro Joselito, José Tomás es ya leyenda, mito viviente de la tauromaquia. Uno de los escasos toreros que ha conseguido entrar en el Olimpo de los dioses en vida.
Afirma el matador Ángel Gómez Escorial que Torea como sueña. Y es que algo tiene de especial cuando levanta pasiones y enemistadas sin medida. Quizás por eso fue el elegido por Vicente Arnás para ilustrar los diferentes momentos de la fiesta taurina. El artista lo había visto torear muchas veces y confesaba que era quien más le hacía sufrir en la plaza; todas esas emociones, todas esas tensiones, lo transformaron en un ser especial que le ofrecía lo que él quería trasladar al lienzo a través de su pincel.
Al torero no le gusta que hable, sólo puedo decir que no es mejor ni peor, sino distinto a todos. Eso dice su abuelo.
Alguien le infundió de adolescente el culto por la figura del samurái, la búsqueda de la felicidad plena a través de la entrega total y absoluta a su causa, sustentado por un valor heroico que le hace inteligente y fuerte, donde solo cabe el honor y la lealtad.
Como el honor y lealtad que le une a su público. Dentro de ese misterio y silencio obstinado, se sabe de su inmenso cariño por México, especialmente por la ciudad de Aguascalientes, donde pudo renacer tras una de esas tardes oscuras. Los mariachis no dudaron en escribirle una canción: «no hay nadie como él en el ruedo, ni tan honrado ni tan verdad, el más grande de los más grandes, torero caro y universal, que no duda jamás. Dónde tú te pones, no se pone torero alguno, ni se pondrá, orgullo de su gente, estandarte de España y príncipe valiente de su Galapagar natal.»
Pero Tomás asiste impasible a tanto barullo y se limita a expresar en la plaza todo lo que calla fuera. Mitad guerreo, mitad artista, su personalidad misteriosa, hermética y enigmática, su semblante serio, grave y solemne, encuentra su ansia de libertad, su independencia, en su oficio.
Sigue Benítez Reyes en su prólogo, los segundos, los toreros indispensables, buscan cumplirse a sí mismos a través del cumplimiento de un ideal estético: la tauromaquia pensada, el sueño que se piensa.
Y así concluye su dedicatoria al toreo:
«Y sin aspavientos ni teatralidades: alguien que torea como si experimentase con lo inverosímil desde una serenidad ensimismada, desde un planteamiento ligeramente anómalo: no sólo dominar al toro, sino dominarse también a sí mismo para que el ejercicio de ese poder adquiera la condición de gesto dramático y no de mero alarde.
José Tomas ha traído el apasionamiento: la figura del torero ensalzado y discutido, y ha puesto en marcha la rueda de las discusiones, la incredulidad ante aquello que esta ocurriendo y el asombro anticipado ante lo que aún puede ocurrir, absorto el torero impasible en esa pugna suya por conquistar terrenos en teoría imposibles, en ese asentamiento casi místico en su ser, como si alcanzara la gracia de la incorporeidad.
Porque no estamos ante un valiente vanaglorioso, pagado de su temeridad, sino ante un valiente humilde, ante un torero que no hace ostentación de su riesgo a pesar de asumir riesgos ostensibles.
Sereno en el triunfo y sereno, en fin, en la adversidad. Con la sabiduría de quien comprende que todo queda, al fin y al cabo, dentro de uno mismo.»