Si bien Giovanni Boccaccio nos cuenta que nació en París fruto de los ilícitos amores entre su padre, el comerciante florentino Boccaccio Chellino, y una noble parisina, la realidad nos lleva a considerarlo natural de Certaldo, localidad próxima a Florencia, donde de igual manera acaeció su óbito y le procuró el sobrenombre de Certaldeso.
Hoy en día sabemos que el llamado Renacimiento se inaugura en el siglo XIV en un sentido claramente filológico, en el estudio de la lengua y cultura clásica, aspecto que prontamente incidirá en las llamadas artes figurativas. Heredero del espíritu del Dante, continuador del sentimiento petrarquista, el siglo XV toscano nos dejó la huella de un singular hombre de letras que respiró el sentido humanista que inundaba la ciudad del Arno y donde políticos como Salutati, comerciantes y burgueses, propiciaron un ambiente cultural alejado de todo sectarismo e ilusionado en el descubrimiento del hombre, sus sentimientos y valores, a través de la literatura clásica.
Como es tradicional en devenir el humano, la profesión paterna determinó su primera formación y hacia 1330 lo encontramos en Nápoles iniciándose, pese a su agrado, en las artes mercantiles colaborando en la banca de los Bardi. La oposición paterna fue una constante rémora en sus deseos de prosperar en su verdadera vocación de hombre de letras y, en un primer estadio, obtuvo licencia en 1332 para abandonar sus pretendidos conocimientos comerciales por el estudio del derecho canónico, pero todo ello fue poco menos que inútil, pues la inversión de su tiempo fue cultivada en la poesía y el análisis de la cultura clásica, donde se inició a través de su compatriota Niccolo Acciajuoli.
La incipiente literatura toscana, libre, hedonista, humana, marca su biografía. El amor se convierte en el eje de su comportamiento y su verso. Al modo de la idealizada Beatriz del Dante, de la no menos querida Laura de Petrarca, es Fiammetta (María), hija del rey Roberto de Nápoles, la “mal casada” que escapa de su “prisión marital” para convertirse en un “engaño puro de sentimiento” que cautiva el erotismo del hombre y el verso del poeta.
El Amor, es el eje de su biografía donde el hombre convive con el deseo, el encuentro feliz y el infortunio de la separación y, donde la amargura le transporta a la crítica incisiva de la mujer por ser un deseo, un tener y, un no tener. Así, en 1338 escribe su primera obra de importancia, Il Filocolo, conocido como Il Filocopo donde expone los amores de Flore y Blancheflor. En la misma época y tras el estudio de los clásicos compone por vez primera sus poemas en octavas, y nos recrea en Il Filostrato los amores de Troylo y Chryseis.
Es el Amor del hombre, el amor correspondido que tiene también sus rivales y, por lo mismo, entraña el peligro en el propio deseo, por ello el argumento de Teseide, los amores rivales entre Polemón y Arcites por Emilia. Y no solamente nos explica el Amor que le ocupa, la rivalidad por alcanzar su tensión, analiza su propia biografía para explicar el dolor de su separación en la Fiammetta, texto escrito en 1342.
La separación amorosa, la muerte de su padre en 1349 tras la Peste Negra, convierte al hombre en solitario, en un abandono de la conciencia que agria su mente y le lleva a la crítica de un todo, por la parte perdida. Así, su madurez le transporta a la sátira donde la siempre juvenil tensión del alma que busca y no encuentra, se convierte en mero solaz sensual. Es El Decamerón que comentaremos, es Il Corbaccio o Laberinto d‘Amore donde bajo el pretexto de arremeter contra viudas esconde su alma adormecida, verdaderamente humana como lo fue la de aquellos hombres hoy tristemente perdidos, inconsolablemente muerta. Por ello, sabiamente Marcelino Menéndez Pelayo nos dice sobre Il Corbaccio que es: una sátira ferocísima, o más bien un libelo grotesco, contra todas las mujeres para vengarse de las esquiveces de una sola.
Muerto el Amor, la vida le lleva a otra pasión, las letras clásicas y, a partir de 1350, su amistad con Petrarca, propició el primer manuscrito de Homero en Italia además de dejarnos un texto único como lo fue su Genealogía deorum gentilium. Un hombre cultivado, paradigma de su tiempo, no podía ser olvidado por la política florentina y menos, en un único e irrepetible momento de la historia donde los grande Humanistas, el libre conocimiento, dirigía la república. Por ello fue comisionado como embajador ante la corte de Urbano V en Roma y Avignon. Pero Boccaccio, vivía en su interior y su concepción del mundo la tradujo en Dante, entre los años 1357 a 1362 escribió la Vida de Dante.
Sus últimos días, ya en 1373, un año antes de su muerte, explicó, por encargo de la Señoría florentina, la Divina Comedia del no menos divino Dante, toda una teología en dimensión humana. El tiempo, cruel y anónimo asesino, tan solo le permitió explicar los cantos del Infierno, de su propio infierno donde la pureza de la tensión amorosa, del erotismo del alma, no es sino un encantamiento lleno de peligros y traiciones que, aparentemente ocultos en los círculos infernales dantescos, pueblan en todo tiempo la propia realidad.
Jesús María González de Zárate
Liber Ediciones editó El Decamerón de Boccaccio en una edición de Alta Bibliofilia, traducido por Esther Benítez e ilustrado con más de un centenar de grabados y casi un millar de dibujos entre el texto, por el pintor y grabador Celedonio Perellón. Esta obra obtuvo el Primer Premio en la modalidad de Bibliofilia, otorgado por el Ministerio de Cultura.