Miguel de Cervantes Saavedra, el padre de las Letras Hispánicas, nace en Alcalá de Henares en 1547. Miguel fue hijo de un modesto médico, Rodrigo de Cervantes, y de Leonor de Cortinas. La ascendencia del escritor es un asunto muy controvertido.
Aunque se le tenga por cristiano viejo en el informe preparado a instancias suyas a su regreso de Argel, nunca presentó la prueba tangible de su “limpieza de sangre”. Es cierto que su abuelo paterno, el licenciado Juan de Cervantes, fue abogado y familiar de la Inquisición, pero la mujer de éste, Leonor de Torreblanca, pertenecía a una familia de médicos cordobeses y, como tal, bien pudo tener ascendencia judía.
En cuanto a Rodrigo, el padre de Miguel, se casa hacia 1542 con Leonor de Cortinas, perteneciente a una familia de campesinos oriundos de Castilla la Vieja; pero su modesto oficio de cirujano itinerante, así como sus constantes vagabundeos por la península, durante los años de infancia de sus hijos, no han dejado de suscitar sospechas, llevando a Américo Castro a considerarlo como converso, mientras otros cervantistas se negaban a admitir semejante hipótesis.
Descendiente de conversos o no, lo cierto es que Miguel de Cervantes vivió una infancia marcada por los acuciantes problemas económicos de su familia, que en 1551 se trasladó a Valladolid, a la sazón sede de la corte, en busca de mejor fortuna.
María Teresa León en los capítulos iniciales de Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar, de Liber Ediciones (Premio Nacional en 2007 al libro Mejor editado en la modalidad de Bibliofilia), recrea estos primeros años de vida del autor del Quijote desde su admiración y cariño a la figura del escritor. Una admiración y cariño que traslada a toda su obra, en la que León realiza un apasionado repaso a la biografía del escritor. Almudena Grandes, en su prólogo de Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar, refleja la predilección que María Teresa León siempre demostró a Miguel de Cervantes.
De los veinte primeros años de la vida del literato, y más especialmente, de su formación académica, no se sabe nada seguro. Algunos estudiosos afirman que Miguel comenzó su formación académica en Valladolid, en un colegio de jesuitas, pero no existe ningún dato fehaciente que lo confirme.
Cuando en 1566 la corte regresó a Madrid, la familia Cervantes hizo lo propio, siempre a la espera de un cargo lucrativo. La inestabilidad familiar y los vaivenes azarosos de su padre (en Valladolid fue encarcelado por deudas), determinaron que la formación intelectual de Miguel de Cervantes, aunque extensa, fuera más bien improvisada.
Cervantes inicia en Madrid su carrera de escritor con cuatro composiciones poéticas incluidas por su maestro, el humanista Juan de López de Hoyos, quién probablemente introdujo a Miguel en la lectura de los clásicos. En 1569 salió de España, y se instaló en Roma, donde ingresó en la milicia, en la compañía de don Diego de Urbina, con la que participó en la batalla de Lepanto (1571). En este combate naval contra los turcos fue herido en la mano izquierda, que le quedó anquilosada.
Así nace su apodo el manco de Lepanto. María Teresa León en su Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar, describe esta terrible batalla que marcaría la vida del escritor: “Cuando Miguel comienza a hablar el mar brama, los remos retumban, los infieles maldicen, los jefes exhortan, las bombardas truenan, los heridos piden misericordia y todo el tapiz de la Batalla de Lepanto vibra, se alza, se adorna y resplandece”.
Cuando, tras varios años de vida de guarnición en Cerdeña, Lombardía, Nápoles y Sicilia (donde adquirió un gran conocimiento de la literatura italiana y tuvo un hijo, Promontorio, de una joven a la que en sus poemas llama Silena), regresaba de vuelta a España, la nave en que viajaba fue abordada por piratas turcos (1575), que lo apresaron y vendieron como esclavo en Argel, junto a su hermano Rodrigo.
Allí permaneció hasta que, en 1580, un emisario de su familia logró pagar el rescate exigido por sus captores. El cautiverio en Argel dejará una profunda huella en su obra, y muy especialmente en sus comedias de ambiente argelino –Los tratos de Argel y Los baños de Argel– así como en el cuento del Cautivo, interpolado en la Primera parte del Quijote.
Cervantes desembarcó en Denia y volvió a Madrid. Tenía treinta y tres años, la guerra y el cautiverio le habían robado diez años de vida. A su regreso, encontró a su familia en una situación aún más penosa, por lo que se dedicó a realizar encargos para la corte. Fruto de sus amores clandestinos con una joven casada, Ana de Villafranca, también llamada Ana Franca de Rojas, nació su hija Isabel.
En 1584 Miguel se casó con Catalina Salazar de Palacios, y al año siguiente publicó su novela pastoril La Galatea. En 1587 aceptó un puesto de comisario real de abastos que, si bien le acarreó más de un problema con los campesinos, le permitió entrar en contacto con el abigarrado y pintoresco mundo del campo y los ambientes andaluces, como se percibe en Novelas Ejemplares como Rinconete y Cortadillo, y en su obra maestra, el Quijote, que apareció en 1605.
El éxito de esta obra fue inmediato y considerable, pero no le sirvió para salir de la miseria, aunque Don Quijote y Sancho pertenecieran desde el principio al acerbo popular español y el libro fuera conocido muy pronto internacionalmente.
Al año siguiente la corte se trasladó de nuevo a Valladolid, y Cervantes con ella. El éxito del Quijote le permitió publicar otras obras que ya tenía escritas: los cuentos morales de las Novelas ejemplares y el Viaje al Parnaso aparecido en 1614. Ese mismo año le sorprende y disgusta la aparición en Tarragona de una segunda parte del Quijote escrita por un tal Avellaneda, quién la presenta como auténtica.
Perseguido ya por la enfermedad culmina en 1615 la segunda parte del Quijote. La obra Los trabajos de Persiles y Segismunda aparece al año siguiente.
Miguel de Cervantes Saavedra muere en Madrid entre el 22 y 23 de abril de 1616. Antes de morir, Cervantes recibe la recompensa moral de saber que su Quijote es celebrado ya en todo el mundo. Miguel de Cervantes no fue ajeno al hecho de que su obra inaugura una forma literaria nueva, pero tal vez, nunca imaginó su alcance y el de su personaje Don Quijote de la Mancha. En el imaginario de Cervantes y su personaje, aparecen ya unidos gracias a las serigrafías y dibujos que José Luis Fariñas ideó para Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar.