Goethe, al interesarse por las obras que llegaban con el expansionismo europeo, reconoció de inmediato la imprescindible y concienzuda labor de los traductores para entender la literatura escrita en otros idiomas; pero no solo por su conocimiento de otras lenguas, si no también por su capacidad para interpretar el mensaje de los autores atendiendo a los usos y costumbres de cada lugar.
Para Liber Ediciones, es fundamental que los textos escritos originalmente en otra lengua diferente al castellano, sean actualizados y traducidos con el máximo rigor y respeto. A continuación les ofrecemos los comentarios de dos traductores que han colaborado con Liber Ediciones.
Esther Benítez, reconocida traductora española galardona con el Premio Nacional a la obra de toda una vida y en cuyo nombre se creó el Premio a la Traducción de la Asociación Colegial de Escritores de España, aportó la traducción de El Decamerón de Boccaccio que editó Liber Ediciones.
“Todas las grandes obras literarias, afirma, necesitan una traducción acorde con la sensibilidad de los tiempos en los que se siguen leyendo, y de ahí el abandono de unas versiones en beneficio de otras que las sustituyen. Y que por supuesto también son perecederas”.
El traductor literario es lo más parecido al hombre universal que existe en nuestros días. Para traducir un solo libro ha de dominar todo un abanico de saberes: será antropólogo, veterinario, sociólogo, botánico, experto en modas, arquitecto, médico, todo de una pieza, en una sola persona y sin perder el compás.
Entre sus deberes están el del buen conocimiento de la lengua de partida y sobre todo y fundamentalísimamente, de la lengua de llegada; y el de dominar el entero trasfondo cultural del país –o países– de cuya lengua traduce; esto es, un dominio de su historia, su literatura, su vida cotidiana de hoy y de antaño.
Entre sus cualidades, la primera y principal: saber leer, ya que la mayoría de los errores de traducción provienen de defectos de lectura. Otra cualidad muy necesaria, tan imprescindible como en el músico, es la del oído, ser capaz de encontrar la musicalidad del texto. Y en último estadio, la sensibilidad para los diferentes estilos, esa capacidad de meterse en la piel del autor, adivinar su pensamiento cuando éste no es suficientemente explícito, y verterlo de manera adecuada.
¿Traer el texto al lector o llevar el lector al texto? Respetar lo máximo respetable, pues con toda evidencia el lector sabe que pese a todo el texto que tiene entre sus manos no está escrito en su lengua, y dárselo en el español adecuado al nivel del original: si éste es un nivel pedestre, no hay por qué ennoblecerlo, y a la inversa.
Rafael Hernández Arias, filósofo, ensayista y traductor, Doctor en Derecho por la Universidad de Friburgo de Brisgovia y ferviente estudioso de la cultura alemana, participó con la traducción de Fausto, de Goethe.
La traducción desempeña su gran papel de enlace cultural, más aún, a ella se debe que las culturas se conozcan, se mantengan fértiles y fructíferas, estimulando las energías creativas de los destinatarios, generando debates e incrementando el caudal y la hondura del pensamiento y de la imaginación. Ahora bien, no hay traducción perfecta; toda traducción literaria o filosófica es antes que nada aproximación a la obra original, es interpretación; de ahí la importancia de que cada generación cuente con sus propias traducciones de los clásicos, con sus propias versiones, con su propio léxico renovado, sin detrimento de las anteriores que siempre han de servir, igualmente, de referente. Lo mismo se puede decir del arte de la ilustración, por el cual el artista, con sus grabados y dibujos, no “adorna” el texto, sino que nos ofrece su visión de lo relatado en la obra. Esta traslación del texto al campo de la imagen también ha de variar por necesidad según el artista y su época, por lo que siempre será de vital importancia que cada generación cree sus propias versiones y deje constancia así de su inspiración y de su circunstancia histórica.