El Dr. Santiago Castroviejo, Director del Real Jardín Botánico de Madrid, en su prólogo a la edición de Liber Ediciones de La Botánica de Lamarck, subrayaba el valor incalculable de un investigador botánico en el siglo XVIII, en tiempos de la Ilustración, en el que la Botánica era una de las ramas de la Ciencia de mayor desarrollo, ya que se creía que en las plantas se encontrarían alimentos para saciar el hambre de gran parte de la humanidad y productos naturales que curasen las enfermedades. Es decir, se pensaba que estudiando el mundo de las plantas se solucionarían los grandes problemas de la época: la alimentación y la salud. De ahí, los esfuerzos de los países más ricos para destacar misiones e investigadores que recorriesen nuevos territorios y describiesen la naturaleza. En este contexto se forma y trabaja Lamarck, describiendo seres vivos y buscando ideas que ayudasen a explicar la enorme riqueza de formas de vida con que se encontraba.
Por su parte el catedrático de Historia de la Farmacia, Joan Esteva de Sagrera, defiende la importancia decisiva de la iconografía de la planta descrita para su identificación y catalogación. Y así lo demuestra el recorrido etnohistórico que realiza en el ensayo que prepara para la edición de Liber Ediciones, titulado La importancia de la iconografía en la obra de los naturalistas. En el texto, destaca el enorme valor de los herbarios aztecas para conocer las plantas utilizadas en esa cultura precolombina, los realizados por los monjes de la Edad Media en Europa o la virtualidad de los chinos, verdaderos maestros en el arte iconográfico y sus Pen-ts’ao, destacando el célebre de Li Che Chen, en el que invirtió casi treinta años, llegando a describir mil ochocientos productos, distribuidos en dieciséis secciones, gracias al trabajo previo de los boticarios del emperador Jen-Tsong. Una de sus principales aportaciones fue precisamente la renovación iconográfica al exigir que se procediese a una descripción lo más exacta posible de cada planta, al igual que hizo Vesalio en el Renacimiento europeo oponiéndose a las descripciones de Galeno sobre la anatomía humana.
Más tarde, las expediciones españolas del s. XVIII se propusieron conocer, catalogar y describir las especies botánicas de los territorios españoles de ultramar y para ello enviaron a científicos -Mutis, Ruiz, Pavón- y dibujantes, a los que se añadieron maestros en iconografía originales de los territorios americanos. La obra de Mutis, por ejemplo, es un prodigio desde el punto de vista científico y naturalista, y destaca como pieza maestra en la historia de la iconografía botánica.
El padre de la botánica moderna, el sueco Linneo, contó también con la colaboración de dibujantes excelentes, que se pusieron a su servicio e ilustraron visualmente desde el punto de vista del icon. José Celestino Mutis, al frente de la Escuela de Dibujo Botánico de Nueva Granada, fue un gran defensor de la taxonomía basada en el icon, en la perfección descriptiva de cada lámina, poniendo especial énfasis en la iluminación de cada lámina. Alexander von Humboldt, el naturalista alemán, sin embargo, se propuso ir más allá, asociando los vegetales al entorno, creando una verdadera geografía de la naturaleza de concepto paisajístico.
Jean Baptiste Lamarck (1744-1829), por su parte, realizó una gran aportación a la botánica, en su Encyclopédie Botanique, exigiendo una gran calidad de las láminas que representaban sus descripciones, siempre en la línea del icon. Lamarck además amplió su estudio con especies exóticas y tropicales, por lo que su obra que produjo un gran impacto en los naturalistas de su tiempo, tanto por su amplitud como por la calidad inusual de sus ilustraciones. El resultado es una sutil mezcla de ciencia y arte, la estética unida al rigor científico.
Lamarck incorporó a los mejores botánicos: Pietro Arduino, director del Jardín Botánico de Padua, Antonio José Cavanilles, director del Jardín Botánico de Madrid, Philibert Commerson, miembro de la expedición de Louis-Antoine de bougainville, René Louiche-Desfontaine, profesor del Museo y Pierre Sonnerat, corresponsal en el Gabinete del Rey. Y dibujantes como los hermanos Redouté: Pierre Joseph (1759-1840) y Henri-Joseph (1766-1852); Jean-Baptiste Audebert, Jacques Eustache de Sève, Nicolás Maréchal, Pierre Bernard, A. Poiret y Fossier.
De todos ellos es inevitable destacar al mayor de los hermanos Redouté, Pierre Joseph, que empezó su labor de dibujante especializándose en santos, muchos de ellos premonitoriamente rodeados de flores. Su nueva técnica de ilustración, aprendida con el grabador italiano Bartolozzi, experto en el grabado puntillista, dio a los grabados un brillo y una calidad inusitada, semejante a las acuarelas. Se especializó en la iconografía botánica y publicó varias colecciones, llegando a ser nombrado pintor de flores de la Emperatriz Bonaparte.
Henri Joseph, por su parte, colaboró con su hermano en varias obras, entre ellas la de Lamarck, para especializarse luego en motivos zoológicos; participó asimismo, en la primera obra sobre la flora de los Estados Unidos, y fue seleccionado entre los dibujantes y grabadores que acompañaron a Napoleón en la campaña de Egipto, país en el que se quedó llegando a ser un destacado egiptólogo.
Las expediciones científicas de los naturalistas españoles no tuvieron, desde el punto de vista iconográfico, la fortuna de que dispuso Lamarck, por la complicada peripecia sufrida por los materiales enviados desde América y el cúmulo de obstáculos administrativos que se opusieron a la rápida impresión de las láminas enviadas por Mutis, Ruiz y Pavón. Las disputas para grabar las láminas acabaron por provocar la dispersión de la obra, su venta y extravío, terminando así en colecciones extranjeras, fragmentadas, lo que destruyó un utópico proyecto nacional, centralizado y unitario.
Lamarck sin embargo se vio favorecido por la fortuna de contar con la colaboración de un equipo excepcional de dibujantes y el grabado de las láminas pudo realizarse sin impedimentos. El acierto en la selección de sus dibujantes convierte cada una de sus láminas en una perfecta miniatura, en dibujos magistrales y pequeñas obras de arte. El colorido, la composición, el trazo, hacen de cada lámina un objeto artístico, al margen de su indudable valor para los naturalistas. Arte y ciencia se dieron la mano en los ilustradores botánicos de los siglos XVIII y XIX, en los dibujantes y grabadores que hicieron posibles obras maestras e irrepetibles como las ediciones originales de los textos botánicos de Lamarck. Su innegable mérito científico no oscurece el talento mostrado por sus dibujantes. Pocas veces se ha producido una colaboración tan fructífera como la protagonizada por los botánicos de los siglos XVIII y XIX y sus dibujantes. Las expediciones españolas son un ejemplo evidente, pero tuvieron ante sí demasiados obstáculos. Por el contrario, Lamarck y sus dibujantes y grabadores pudieron dedicarse a su obra sin verse perturbados por problemas ajenos a la calidad de su trabajo. Esas circunstancias favorables hacen de la obra de Lamarck uno de los momentos cumbres de la colaboración entre la ciencia botánica, el arte de los dibujantes y la técnica de los grabadores, colaboración que encuentra su punto álgido en el trabajo conjunto de Jean-Baptiste de Monet, caballero de Lamarck y el Rafael de las flores, Pierre Joseph Redouté.